Generalidades.
Fueron numerosos los conflictos armados que vivió nuestro país a lo largo del siglo XIX debido a la pugna entre conservadores y liberales por el poder. Entre otros, nos condujeron a guerras como la de 1885 y 1895. En 1899 el partido conservador se hallaba dividido en dos corrientes: los Nacionalistas, que conformaban un gobierno excluyente con personajes de la talla de Rafael Núñez (fallecido en 1894) y Miguel Antonio Caro. Por otro lado el grupo de los Históricos aceptaba la necesidad de entenderse con los liberales, que para la época era una fuerza política importante, estaban en contra de la censura de prensa y la restricción de los derechos individuales para acallar la oposición, método usado por los primeros desde el Estado, amparados en la reciente constitución de 1886.
El Partido liberal se encontraba de la misma manera fraccionado, entre los que deseaban agotar las instancias políticas para acceder al poder, y quienes estaban dispuestos a conquistar los espacios que el Gobierno les cerraba mediante la confrontación armada. Finalmente la segunda opción predominó y es el 17 de Octubre de 1899 que se declara oficialmente la insurrección liberal por Paulo Emilio Villar, uno de los jefes de este partido en Santander.
Esta sería hasta nuestros días la gran guerra civil que durante cerca de tres años azotó a Colombia, y en la cual cerca de cien mil colombianos entregaron sus vidas, es decir el 2.5% de la población de aquella época, cuando el país contaba con un poco más de cuatro millones de habitantes.
Aunque esta guerra se conoció como la de los mil días, en realidad duró poco más de 1.100 días, prevalecieron los combates intensos y cruentos como la batalla de Peralonso, y la de Palonegro donde la muerte fue copiosa, y recorrió todo el territorio Nacional. Se destacaron múltiples personajes de cada bando como Rafael Uribe Uribe, Benjamín Herrera y Foción Soto entre otros por parte de los liberales, que aunque habían conformado una guerrilla, prefirieron siempre los enfrentamientos abiertos y de tropas numerosas. A nivel Internacional el conflicto fue seguido de cerca por Venezuela, Ecuador, Nicaragua quienes apoyaron la revolución liberal y Estados Unidos que influyó decididamente a favor del Gobierno Conservador al final de esta guerra.
En 1902 el número de combates había disminuido, el gobierno decide lanzar una nueva ofensiva militar, y ofrecer a la vez una posibilidad amplia de indulto para los revolucionarios que se desmovilizaran y entregaran las armas, lo que conduce a negociaciones con los liberales, como resultado se firman varios tratados de paz, de los cuales se destacan:
1. El tratado de Nerlandia firmado el 24 de Octubre por Rafael Uribe Uribe, donde previamente con un armisticio pactado, se reconocía a los revolucionarios como beligerantes y se les ofrecía una PAZ con garantías, el gobierno se comprometía a liberar a los presos políticos, a garantizar su seguridad y a cesar el cobro de la contribución a la guerra.
2. El Tratado de Winsconsin firmado por los liberales Lucas Caballero, Eusebio Morales y Benjamín Herrera, y por parte del Gobierno, los generales Víctor Manuel Salazar y Alfredo Vázquez Cobo en noviembre 21 del mismo año, cabe anotar que en ese momento la guerrilla liberal conservaba la posibilidad de seguir luchando desde Panamá, pues contaba con más de 10.000 hombres y material bélico suficiente. Algunos de los puntos del tratado eran: la libertad inmediata de todos los prisioneros de guerra y presos políticos, amplia amnistía y completa garantías para las personas y los bienes de los comprometidos en esa revolución, y la convocatoria a una nueva elección del congreso, con la tarea de estudiar las negociaciones relativas al Canal de Panamá, la reforma política, el equilibrio en las finanzas públicas, el control de la inflación y la devaluación.
3. El Tratado de Chinácota en norte de Santander es firmado entre Ramón González Valencia por parte del gobierno y los representantes del liberal Foción Soto. Este acuerdo acoge a los revolucionarios que permanecían en número reducido en esta zona del País.
La voluntad del liberalismo de cesar las hostilidades, para que por la vía del Congreso evitara la intervención de los Estados Unidos en el caso de Panamá, no surtió el efecto esperado, pues fue tardía y gracias a la inexplicable lentitud de nuestros dirigentes, el 3 de noviembre de 1903, se dio la irremediable pérdida del Departamento, 75.000 kilómetros cuadrados de territorio Patrio.
Otro de los sucesos que hicieron parte del desenlace del conflicto, fue el interés de la sociedad civil por la finalización de la guerra, motivando a la Iglesia, en cabeza de Monseñor Herrera, a realizar un Voto o Promesa Nacional por la Paz. Para tal efecto, solicitó la ayuda del presidente Marroquín para edificar frente al Parque de los Mártires en Bogotá una Iglesia como eje simbólico del clamor de la nación consagrándola al sagrado corazón de Jesús. Se coloca la primera piedra a mediados del año 1902. Hoy en día a la entrada de éste centenario templo existen dos placas que recuerdan este evento histórico.
Luego de esta guerra civil, el país empobrecido, había destruido sus industrias, las vías de comunicación, la deuda externa e interna eran considerables, la libra esterlina, tipo de cambio de la época, había pasado en 1898 de 15.85 pesos papel hasta llegar a cotizarse en 1903 a 505 pesos. La nueva administración del General y empresario Rafael Reyes, con su lema: mucha administración y poca política, hace un llamado a todos los Colombianos a la Unión y la Concordia, comenzando un ajuste en todos los campos y un proceso sostenido de reconstrucción nacional.
“El país todo entraba de lleno en un período de actividad. Las pequeñas industrias florecían visiblemente. Los capitales Colombianos empezaban a adquirir confianza en sí mismos y en los recursos del país y con cautela empezaban a colocarse en industrias nuevas: empresas mineras, fábricas de tejidos, refinerías de azúcar, plantas eléctricas para el alumbrado de las ciudades y para el suministro de fuerza motriz en diversas industrias, fábricas de cemento, empresas agrícolas de vasta extensión, todo mostraba que el país hacía ya el recuento de sus energías para incorporarse y seguir el rumbo actual del mundo culto en busca de la prosperidad material» (Baldomero Sanín Cano).
Otro de los protagonistas por parte del Gobierno, el General Víctor Manuel Salazar, escribiría después de cuarenta años: Nuestros sacrificios, la sangre derramada y el luto de los hogares, no fueron completamente estériles, porque la lucha nos dejó los beneficios de una paz estable, esta paz que se aproxima al medio siglo de existencia y que conocemos con el nombre de » la paz de Wisconsin.» Que ella ha sido fecunda en bienes para Colombia, lo demuestra enfáticamente la tranquilidad en que hemos vivido en los últimos tiempos, el creciente desarrollo de las industrias, el florecimiento de la agricultura… (Memorias de la guerra de los mil días, Víctor M Salazar, firmante del tratado de Wisconsin).
A finales del siglo XIX la nación colombiana agonizaba en medio de la violencia. Se había llegado al climax del enfrentamiento liberal-conservador con la más grande y sangrienta confrontación en lo que se llamó la Guerra de los Mil días.
Antesala De La Guerra En El Sur.
Cuando la Guerra de los Mil Días estalló, en el sur, el enfrentamiento se dio ante todo entre las poblaciones liberales y conservadoras. Fue así como la lucha entre Pasto, conservadora, e Ipiales, liberal, fue la principal escena de la contienda. Claro está que en la guerra en sur, la ideología religiosa, como en la mayoría de acontecimientos regionales, fue fundamental en torno al curso de los acontecimientos, marcando una diferencia con el resto de la nación.
En tal condición, la Iglesia católica, representada por el obispo de Pasto, el español Fray Ezequiel Moreno Díaz, definió y dirigió la actitud de los sureños, sobre todo desde el ámbito de los conservadores.
Se puede afirmar, entonces, que cuando estalló la Guerra, el obispo Moreno tomó parte activa en la campaña y movilizó a Pasto como un solo hombre en favor del gobierno conservador, ya que consideraba a los liberales rebeldes como emisarios del demonio. Inclusive se ha comprobado que en su extraño fanatismo y misticismo llegó a afirmar que «la fe verdadera es más que la integridad de una nación; es más que el honor del pabellón nacional; es más que la misma patria.»
La ideología expresada tanto por el partido liberal como por el conservador en el sur de Colombia, la capitaneaban personas de la clase dirigente en las diferentes comarcas y ciudades. En la ciudad de Pasto la clase dirigente ingresó al partido conservador fundado por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro; y en Ipiales y Túquerres la mayoría de la clase dirigente ingresó al partido liberal, marcando desde ese entonces una idiosincrasia política entre Pasto e Ipiales.
Batallas De La Guerra De Los Mil Días En El Sur.
Cuando estalló la guerra de los Mil Días, a finales del siglo XIX el enfrentamiento entre los liberales de la ciudad de Ipiales y los conservadores de la ciudad de Pasto no se hizo esperar. La chispa que inició el enfrentamiento fue la imposición de la Ley Marcial por parte del gobierno conservador y el responsable de ejecutarla el general Miguel María Villota quien el 19 de octubre de 1.899, llegó a Ipiales y proclama la ley. En esta ley «se negaba la doctrina liberal»; por esta razón los liberales de refugian en el Ecuador y organizan sus ejércitos para realizar las invasiones en el sur de Colombia.
Como se expresó el general Miguel María Villota llega a la ciudad fronteriza y al son de redoble de tambores, con la protección de las tropas, la proclama ante los setenta dirigentes liberales más connotados, a quienes mandó reunirse en la plaza principal. Entre ellos estaban José Antonio Llorente, Tobías F. Montenegro, Briceño Coral, Nectarino y Clelio León, Gabriel Córdoba, Exequías Patiño, Francisco José Vela, Medardo Chávez, Apolonio Vallejo, Leonidas Polo, Plinio Herrera, Salvador Montenegro, José María Burbano y José Antonio Osejo.
El enfrentamiento en el sur de Colombia tiene cuatro estaciones17: en la primera se realiza el combate de Cascajal, la segunda se la identifica como el combate de Ipiales, la tercera fue el combate de San Francisco y la última donde realizaron los combates de Chiguacos, el 14 de agosto, del 24 de agosto, el 30 de agosto, y el 19 de septiembre.
Lo que aquí se llama estaciones, Juan Revelo historiador, nacido en Puerres en 1885, que en la guerra de los mil días fue parte del ejército del gobierno en el medio Batallón de Puerres al mando del mayor Manuel de Jesús González, el las denomina invasiones. El escribió: «La guerra de los mil días» en 1902, pero que tan solo fue publicada por su hijo menor Octaviano en 1951 con motivo de cumplirse el cincuentenario de la contienda.
Esta es una obra histórica donde describe pormenores de la guerra en el sur de Colombia, y nos sirve de base para este apartado. En ella puntualiza el número de batallones conservadores y liberales y a la vez quienes los conformaban, los enfrentamientos de Cascajal, Ipiales, Tulcán, Males y las dos últimas batallas en Puerres.
Retomando la narración digamos que el general Villota ordenó acatar la ley y pidió abjurar del credo liberal, firmando un acta de sometimiento. En nombre de los liberales del sur, José Antonio Llorente respondió: «Yo no puedo ni debo aceptar, aún a costa de mi vida, ni menos aconsejar a mis correligionarios que acepten el compromiso ni tácito ni expreso de huir del peligro y de abandonar a sus compañeros que se sacrifican en los campos de batalla en defensa de las doctrinas liberales…por consiguiente yo no firmo ni aconsejo firmar el pliego que acaba de leerse.»
La respuesta fue, en cambio, concreta. Se hizo un llamamiento a tomar las armas y a la formación de un ejército rebelde. Por esto el general Villota condenó a Llorente a pagar una fianza de cinco mil pesos ordenándole marchar preso a Pasto, en el término de 48 horas. La fianza fue pagada por el dirigente liberal Leonidas Polo, para ganar tiempo, y preparar la fuga de Llorente. Este, perseguido por una patrulla conservadora, pero ayudado por los liberales Ipialeños, logró escapar y esconderse en el Ecuador.
En ese país con el auxilio del presidente Eloy Alfaro, los liberales sureños tuvieron los arrestos necesarios para organizarse, creando un grupo de ejército de 500 hombres. También se conformó el directorio liberal presidido por el Dr. Llorente y Salvador Miranda Castro.
Se pasó luego a la organización militar improvisándose como general al Dr. Llorente. Se consolidaba entonces un enfrentamiento más evidente entre ciudades y personalidades. Así, por Pasto y los conservadores, defensores del gobierno, estaba el general Gustavo S. Guerrero; por Ipiales y la rebeldía liberal, se alineaba el intelectual José Antonio Llorente.
La guerra no duró mucho tiempo en tierras del departamento, resultando a la postre ganadores Pasto y el conservatismo.
Los combates más célebres que se libraron por entonces, tuvieron lugar en Cascajal e Ipiales, el primero el día 23 de enero, y el segundo en los días 20, 21 y 22 de marzo, habiendo salido triunfantes las tropas del Gobierno.
El primer combate, ya en 1900, se dio en Cascajal, en los alrededores de Ipiales. Más específicamente ese combate tiene ocurrencia en el hoy altiplano nariñense; se registra en predios de la Hacienda Cascajal, en el Municipio de Guachucal. Localizada hacia la región intermedia entre los volcanes Cumbal y Azufral.
Allí, los liberales fueron derrotados, teniendo que huir a Tulcán.
El segundo enfrentamiento se origina en Guachucal el sector conocido como Simancas que al igual que Cascajal se localiza en la región dominada por los volcanes Cumbal y Azufral. Aquí perdieron la vida 27 hombres, entre ellos 4 capitanes, 3 tenientes, 6 sargentos y 14 soldados. Fue una trágica derrota para el ejército liberal en aquel 23 de enero de 1900.
Sin embargo, en Simancas, ese 23 de Enero, la situación, aunque desfavorable para los rebeldes, no resultó en un combate demasiado grave ya que se perdieron sólo 27 hombres. De estos hechos surgió el dicho popular en el sur: «Más se perdió en Cascajal…»
El día 2 de mayo de ese mismo año el conflicto llega hasta la propia ciudad de Tulcán, donde cae en el campo de batalla Emiliano Díaz del Castillo, integrante del ejército conservador, cuyo cadáver se entregó a sus familiares para que sea sepultado en territorio colombiano.
Leónidas Coral, autor y testigo presencial de cuanto fue la lucha y cuanto el sacrificio de aquellas jornadas en este sector de la república, Capitán ascendido en el campo de batalla y Jefe Civil y Militar, cargo que desempeñó durante estos acontecimientos, en su libro «La Guerra de los Mil Días en el Sur de Colombia», describe estos hechos y nos concreta.
Simancas y Cascajal, escribe, son dos haciendas colindantes, situadas al frente de Guachucal, a cinco kilómetros de distancia.
A las cinco de la mañana del día 23 de enero de 1900 se oían las dianas de los ejércitos contendientes, y uno que otro disparo de las guerrillas apostadas en frente de cada campamento.
Acicateados por los obispos Ezequiel Moreno, de Pasto, y Schumaquer, de Ibarra, expulsado del Ecuador y refugiado en Nariño, escribe, los conservadores se creyeron capaces de derrotar definitivamente a los liberales invadiendo el Ecuador. Así decidieron entrar a Tulcán el 2 de Mayo, y allí, en una memorable batalla fueron derrotados estruendosamente. Los conservadores, entonces, dieron marcha atrás y tomaron la decisión de acantonarse en Ipiales.
Entre los muertos de esa sangrienta batalla hay que mencionar al intelectual y poeta Emiliano Díaz del Castillo, del ejército conservador pastuso, y al Teniente coronel Belálcazar Ibañez, de la tropa liberal de Ipiales.
Vino luego un intento de capitulación que no prosperó. Los liberales desde Tulcán decidieron pedir más apoyo a Alfaro, y organizaron los batallones Bolívar y Sucre, situándolos en Otavalo. Mientras tanto, en Tulcán, fundaron el directorio liberal «Nubes Verdes» para apoyar la revolución.
Mientras tanto, derrotado en el Cauca por las tropa del gobierno, llegó al sur y se dirigió a Otavalo, el general Paulo Emilio Bustamente, y se unió a las tropas de la provincia de Obando. Luego, ya en el año 1901, llegaron a Quito los generales Benjamín Herrera, Lucas Caballero, Avelino Rosas, Sergio Pérez, Santos Acosta, junto a otros oficiales, con el propósito de solicitar apoyo concreto de Alfaro. También aprovecharon su estancia para reorganizar los ejércitos liberales.
Es entonces cuando es nombrado el caucano general Avelino Rosas, héroe de la Independencia de Cuba, como comandante en jefe de las fuerzas rebeldes del Sur. Con ese cargo emprende su campaña desde Otavalo, dirigiéndose primero a Tulcán y Luego a Ipiales. El objetivo era distraer la atención conservadora y lograr que Benjamín Herrera desembarcara en Buenaventura.
Avelino Rosas inicia su empresa buscando aislar a Pasto de Popayán. Para ello, eludiendo la tropa conservadora, planeó colocarse al norte de Pasto, siguiendo la ruta Ipiales-Córdoba- Puerres-Funes, sin tocarla, pues la capital era fortín del gobierno.
Rosas no busca presentar batalla, ya que sabe que no le conviene. Además es el estratega de una nueva táctica, practicada en tiempos de Agualongo: la guerra de guerrillas, y que el perfeccionó en Cuba. Sin embargo, el hábil general Gustavo S. Guerrero, conocedor del terreno lo hostiga, buscando obligarlo a hacerlo.
El general Rosas cruza el Guáitara y divide su tropa. Un batallón es enviado a Yaramal, al suroccidente de Ipiales, mientras el grueso de la tropa se dirige a Chiles, al noroccidente.
El escenario de la guerra también tocó espacios del municipio de Potosí, tuvo sus protagonistas lo cual se manifiesta en la descripción que se hace del acontecimiento.
Para tener una percepción de los acontecimientos se hace una trascripción de los hechos que se narran desde la llamada por Juan Revelo tercera invasión «Combate en San Francisco», que sucedió en San Francisco, Puenes y Rumichaca en el año de 1.900.
Los liberales sufren una tercera derrota; los jefes del liberalismo se convencieron de la ineficiencia de sus esfuerzos y toman la decisión de darse una tregua, quedando algunas guerrillas capitaneadas por el revolucionario Joaquín Erazo en las selvas de la Tola Alta, el Cucho, Yaramal, San Marcos (Potosí) y otros.
Es importante resaltar que la tregua terminó en junio de 1.901 con el arribo a Quito de los generales Benjamín Herrera, Avelino Rosas, Paulo Emilio Bustamante, Lucas Caballero y otros. Ellos se presentan ante el presidente Alfaro en busca de un último auxilio para alcanzar el triunfo de sus ideales, dejando huérfanos, viudas y una desolada pobreza.
El presidente del Ecuador convino con sus peticionarios quienes se dieron prisa a organizar un contrataque desde Tulcán.
Se da así la denominada última invasión y sus combates. Así a finales de 1.901, al jurar ante el presidente Alfaro el arremeter con el ímpetu del que eran capaces, partieron para la costa Pacífica los generales Herrera, Bustamante, Caballero y otros, para el sur del Cauca, el «vencedor de Cuba» general Avelino Rosas, natural de Dolores departamento del Cauca.
El 31 de Julio de 1901 llega Rosas a Yaramal, en las alturas de Ipiales, y el 7 de Agosto está ya en Cumbal, desde donde lanza su proclama de guerra. Frente a la tropa rebelde está la fuerza conservadora compuesta de 8 batallones.
En lugar de poner en práctica su guerra de guerrillas, de la cual había escrito un tratado, Rosas decide enfrentar al bien preparado y numeroso ejército conservador. Así se busca iniciar el combate alineando en ambos ejércitos soldados nariñenses: pastusos los del gobierno, Obandeños los liberales.
El general Rosas colocó sus hombres en los alrededores de Ipiales y atacó a los del gobierno. La batalla, sin embargo se da en Puerres y Males, donde los liberales logran que los conservadores retrocedan ante el embiste. Rosas cree que la victoria lo acompaña y sitúa una avanzada en Purtumbú (Potosí).
Gustavo S. Guerrero ordena retroceder y esperar los refuerzos de los batallones 12 y 16 que vienen de Popayán, lo cual ignora Rosas. Se efectúa luego una batalla en Córdoba el 19 de agosto, en la cual triunfa este general.
Un mes bastó para que el jefe dolorense estuviera al frente del ejército compuesto de algo así como de cuatro mil hombres, merodeando a guisa de guerrillero en los campos de Yaramal, Tola Alta, San Marcos y otros.
En Tola Alta fijó su cuartel general por ser bastante estratégico. Desde allí arremetía unas veces sobre Ipiales; otras, levantaba el campo e iba aparecer allende al Carchi; desde allí, extendía su radio de acción hasta Chiles y Cumbal, Panam y Carlosama, aumentando sus huestes.
El jefe de la legitimidad conservadora, general Gustavo S. Guerrero, a su vez, había logrado reorganizar su ejército que, con motivo de la tregua de un año, había disminuido notablemente.
En esa tropa se pueden mencionar soldados tambeños, sandoneños y yacuanquereños. También jefes y batallones: el general Gonzáles Hurtado y sus hombres.; el «Segundo» o de «Túquerres», el teniente coronel Luis Guerrero; el «Tercero», compuesto de obandeños, el general Cayetano Mazuera; el «Quinto», al del entonces coronel Sinforoso Eraso; el «Séptimo», el teniente coronel Leonidas Fajardo; el de «Zapadores», el general Floresmilo Zarama; el «Medio batallón de Pupiales», el coronel Juan Ramón Rosero; el «Medio batallón de Puerres», el mayor Manuel de J. González; y el «Medio batallón de Funes», del mayor Rafael Santacruz.21
También estaban organizadas las policías de Cumbal, Carlosama, Guachucal, Pastás (hoy Aldana), Potosí, Chiguacos (hoy Payán), Contadero, Gualmatán, Iles y las Lajas, al mando del capitán Azael Pazos, del mayor Telésforo Chávez, del capitán Miguel Burbano, del capitán Balmore Alomía, del sargento mayor Máximo Ruíz, del sargento mayor Evangelista Sarásti, del capitán Nicanor C. Gurrero, del capitán Anibal F Coral, del capitán Genaro Acosta y del sargento Epaminondas Sarasti, en su orden, las cuales presentaron ad-honoren importantes y oportunos servicios. Algunas de estas eran verdaderos batallones, como la de Cumbal, Carlosama y Potosí.
Todo el grueso del ejército del gobierno se hallaba en el Guaitara, en marchas y contramarchas desde la cima de las Lajas hasta el morro de Macas (Pastas) mientras que en la altura de Chiguacos, solo se hallaba el «medio batallón de Puerres», compuestos de doscientos setenta hombres, al mando, como se ha dicho del mayor Manuel J. Gonzáles y cincuenta hombres que formaban la policía de Chiguacos, al mando del sargento mayor Sarasti.
Como los liberales, en uno de sus movimientos, había avanzado con su ala izquierda hasta Cumbal, el jefe legitimista quiso obligarlo a abandonar la Tola Alta y a presentarle batalla campal en la sabana.
El 14 de agosto ordenó el mayor Gonzáles atacar el ala derecha por las montañas de Potosí. La orden fue cumplida y en consecuencia, apoyada por el cuerpo que comandaba el sargento mayor Sarasti, por la policía de Potosí mandada por el sargento mayor Máximo Ruíz y por los capitanes Salvador Ramírez e Isaac Fuertes. A las 10 del día, rompió sus fuegos en Tenquer. El enemigo aunque en número superior y bien municionado y conocedor práctico de sus escondrijos, ante la arremetida de las fuerzas legitimistas, retrocedió hasta Cuaspud y Cortadera dejando unos cuantos muertos.
El incidente anterior parece envalentonó al general Rosas, porque desde ese día movió su ejército por la banda de Puerres, quizá con la idea de tomar a Pasto con facilidad al amparo de la infranqueable cuenca del Guaitara y de la cordillera de los Andes. En consecuencia, el 17 de agosto por la mañana, las fuerzas acantonadas en Chiguacos fueron atacadas por Rosas habiéndolos obligado a retirarse al otro lado del Guaitara.
Llegó entonces el 30 de agosto. Dueñas ya de la plaza de Puerres las fuerzas del gobierno, otra era la suerte que les esperaba. Desde la alborada de ese día rompieron sus fuegos cerca de las trincheras enemigas, situadas al otro lado del río Tescual. Desde las alturas de Teques hasta los peñascos de San Juan no se oía sino el cañón, el estridor de las cornetas y el estruendo ensordecedor de las descargas de más de seis mil fusiles portadores de la muerte.
Como a las doce del día, las fuerzas de gobierno adueñadas de la plaza de Males y de las alturas de Teques y Tandaú, reciben una carga formidable de los que ocupaban el cementerio que los obligaban a retroceder. Empero el empuje de la reserva formada por el cuerpo de pastusos comandada por el mayor Moises Martínez, contrataca a los soldados liberales, que sale de sus reductos, retrocede y a las 6 de la tarde la victoria es conservadora.
La Derrota Y Muerte De Rosas.
El ejército liberal, repasando el río Chiguacos, fue a lanzar los ataques de desesperación a las montañas de Purbuntud, Santa Rosa y Ratonera, sus inexpugnables posiciones. Llevaba un gran número de heridos y dejaba muchos cadáveres. Deja además 200 rifles, sistema «maglicher» y cientos de prisioneros.
Al contrario, tanto por dar descanso a las tropas, como porque las municiones se agotaron, el jefe de las fuerzas del gobierno, resolvió evacuar el campo conquistado a fuerza de sacrificios.
Esta retirada, dio ocasión para que el jefe revolucionario avanzara con sus tropas hasta Males.
Las dos primeras semanas de septiembre se deslizaron sin el menor contratiempo, y hasta puede decirse en relativa calma, pero esa tranquilidad, era augurio de una furiosa tempestad que iba a desencadenarse.
El general Rosas, sabiendo que en la plaza de Puerres no había sino escasa guarnición, puesto que los batallones «Primero», «Tercero», «Quinto», «Séptimo», «Villota», de «Honor» y hasta el «medio batallón de Pupiales» se hallaban al otro lado del Guaitara, entre el paramillo de San Juan, las Cruces, las Lajas e Ipiales, ignorando quizá que a Contadero había acabado de llegar el batallón «Calibio» (uno de los batallones del norte), resolvió tomar esta plaza el día 22, para realizar su sueño dorado de entrar triunfante en la «Reina de Atriz».
Para asegurar el éxito el día 16, dispuso que un piquete de 250 hombres, al mando de los coroneles César Vela y Joaquín Mejía, internándose por la cordillera y siguiendo el curso del río Angasmayo se situara en la altura del collado de Maicira y atacara la retaguardia de las fuerzas gobiernistas cuando el 22 se hubiera prendido el combate.
El general Guerrero por su parte, había resuelto, también atacar al enemigo, en sus formidables posiciones de Males, Purbuntud, Santa Rosa y Ratonera, tan luego como se le hubiera incorporado el Batallón «Dieciséis» que acababa de llegar de Pasto.
Parece que el escogido para dicho ataque era el día 24, puesto que ese día se celebraba la fiesta de la Virgen de las Mercedes, a quien los pastusos tienen especial devoción y los militares la aclaman su «Generala».
El estampido del cañon y el estruendo de la fusilería, hundiendo los espacios, llevan a Ipiales la noticia del gran combate que se está librando, veinticinco kilómetros al oriente.
El general Gustavo S. Guerrero, aunque ignora los estragos del espantoso siniestro, comprende sin embargo, el peligro que corre la plaza de Puerres, por lo poco guarnecida que se encuentra. Le preocupa, sobre todo, el pensamiento de que el puente de san Juan puede ser tomado por el enemigo en un momento, y que, en tal virtud, el ejército legitimista quedara allende el Guáitara, imposibilitando para impedir el avance de Rosas hacia Pasto.
En tan apurado lance, sabe sin embargo que no hay tiempo que perder; cualquier vacilación, la más pequeña demora, puede dar al enemigo ventajas insuperables.
Su genio militar concibe instantáneamente el plan que ha de salvar la situación para el gobierno. Con celeridad ordena:
a. Que el batallón de «honor», vuele a defender el puente de San Juan.
b. Que el «Villota”, respalde al anterior, situándose en el Paramillo y Yanalá.
c. Que el «Primero», ocupe el Barrial y las Cruces.
d. Que el «Tercero» y la Policía de Potosí, se situen en la Calera, las Lajas y Santa Inés.
e. Que la policía de Cumbal, Carlosama, Guachucal, Pastas y otras permanezcan hasta nueva orden en el Puente Viejo, el Manzano, Puente Nuevo, Rumichaca y Puenes.
f. Que el «Cuerpo de Cívicos» de Ipiales y otras policías a órdenes del perfecto Abelardo Burgos, custodien el parque de dicha ciudad y conduzcan donde fuere necesario con la oportunidad que las circunstancias lo exigieren, lo cual fue brillantemente cumplido por Prefecto.
g. Que los batallones «Calibío», «Quinto» y «Séptimo»; el «Medio batallón de Pupiales», marchen consigo al centro del fuego.
Sin saber esto y envalentonado, el general Rosas ordena la toma de Puerres, cuando ya los refuerzos conservadores habían llegado, cosa que nunca supo el militar Caucano. Y así, con fuerzas que casi cuadruplicaban a los liberales, los conservadores al mando del general Guerrero, derrotan contundentemente a los rebeldes.
Aunque la entrada a la plaza de Puerres por parte del general Guerrero se logró en horas de la noche, después de ocurrir el desastre, se rumora que el general Avelino Rosas murió en estos combates. Pero esa no es la verdad completa.
Lo que pasó fue que en el combate el general Avelino Rosas es herido en una pierna, y trata de huir, pero es apresado por una patrulla gobiernista y llevado hasta Puerres, donde es encerrado en una choza. Hasta allí, llegan dos soldados conservadores, Félix Chamizo y Guillermo Arévalo; de entre su ruana el primero saca entonces un fusil y dispara a mansalva contra el héroe herido, terminado con la vida del guerrillero de Cuba.
Así muere el gran militar, en la misma forma, y en parecidas circunstancias, tanto de vida como de martirio, en que sesenta años más tarde, en Bolivia, lo hará el Che Guevara.
Según se narra por la tradición oral, el cadáver del valiente general fue conducido al día siguiente hasta Ipiales y arrojado en un sector abandonado. Así estuvo expuesto al irrespeto de los soldados triunfadores.
En ese día de 1901, el general Guerrero escribía su parte de victoria, rematando así: «la victoria, después de más de seis horas, fue completa al acercarse el sol al cenit en ese glorioso día de imperecederos recuerdos». Y con ella se iniciaba la hegemonía conservadora que en Nariño ha sido casi permanente durante todo el siglo XX.
La realidad es que el 20 de septiembre de 1901, el avance de las tropas del General Rosas fue cortado en las montañas de Puerres por fuerzas gobiernistas muy superiores, bien armadas y hábilmente dirigidas por el general pastuso Gustavo Guerrero; herido y prisionero, fue llevado a la casa que servía de sede al mando conservador de la localidad. Allí, maniatado en un camastro, lo remataron a tiros junto con su secretario José María Caicedo. La muchedumbre se ensañó en vejaciones al cadáver. Conducido a Ipiales, tuvo un sepelio a cargo de los liberales de la localidad.
Radical, panfletista, guerrillero, conspirador, internacionalista, aventurero, masón, maestro del disfraz, valeroso y arrogante, Rosas demuestra -después de un siglo largo de su muerte- el grado de su compromiso con la libertad en Colombia y en América Latina. Por miedo, por celos o por odio, muchos han pretendido borrar las huellas de Avelino Rosas para que nunca se haga realidad el compromiso de honrar su memoria.
Unas Consecuencias.
Las fuerzas liberales que llegaban a unos 1100 hombres, quedaron reducidas a menos de la mitad. Se cree que unos 500 liberales de Obando cayeron en la batalla. De parte de los conservadores solo unos 200 muertos fueron su cuota de sacrificio. Sin embargo, casi un millar de nariñenses se sacrificaron en Puerres y Tescual, entre muertos, heridos y prisioneros. Una guerra fratricida los había minado.
Como consecuencia de la derrota, los liberales de Potosí, Córdoba, Ipiales y Puerres se refugiaron en el Ecuador, sector el Carmelo; otros en lo que ahora es el corregimiento de la Victoria del municipio de Ipiales, colonizada y fundado por estos personajes.
La clase dirigente conservadora, siempre como mayoría absoluta, se radicalizan y perpetúan en el poder; utilizan todos los medios para defender sus ancestrales privilegios en complicidad con la iglesia, conducidas por el pensamiento de Mariano Ospina Rodríguez.
La guerra terminó en la República con el triunfo conservador en varias batallas, sobre todo luego de la célebre de Palonegro, cerca de Bucaramanga. El 12 de Junio de 1902 el vicepresidente Marroquín expidió un decreto de amnistía en favor de quienes dejaran las armas. Luego, el 24 de Octubre, los generales Rafael Uribe Uribe y Juan B.Tovar, suscribieron el tratado de Nederlandia.
En efecto,el 21 de Noviembre, a bordo del navío norteamericano Wisconsin, firmaron el tratado de paz los generales gobiernistas Víctor M. Salazar y Alfredo Vásquez Cobo, y los generales rebeldes Lucas Caballero y Eusebio Morales; entre tanto, el 3 de diciembre, los generales Ramón Valencia y Ricardo Tirado,firmaban el tratado de Chinacota. Con ellos, llegó la paz a la república y el nuevo siglo que había nacido con sangre y batallas, empezaba dentro de un prospecto de tranquilidad.
No obstante, el siglo XX empezaba para Colombia y para el sur en medio de la amargura, el dolor, la destrucción y la ruina. Pero la paz parecía venir y esto alimentó de esperanzas a los habitantes de la época.
En el sur las secuelas de esta gran guerra civil, la mayor de toda la historia hasta ese entonces, fueron dolorosas. No hubo sino rencor y odio durante mucho tiempo entre quienes resultaron vencidos, y también hubo ciertas venganzas por parte de los vencedores. Sobre todo hay que destacar que es a partir de esta guerra cuando se concreta una callada rivalidad y malentendidos que se había venido gestando entre Pasto e Ipiales. De esa guerra surge un perjudicial enfrentamiento entre los habitantes de las dos ciudades, que hará les hará mucho daño durante todo el siglo XX, que en esa época se iniciaba. Fue una animadversión negativa que solo a finales del mismo se habrá apagado.
El nuevo siglo, definitivamente, con la ruina de una guerra y con los odios y el luto que había sembrado, empezaba con muy pocos buenos augurios para Nariño. Sin embargo, de la guerra, contradictoriamente, surgía más fuerte, el movimiento decimista, concretándose casi en una necesidad vital de separarse del dominio del Cauca. Estas tierras del sur querían dejar de ser una comarca dependiente de Popayán, luego de tantos lustros, para culminar también una campaña que ya llegaba a los cuarenta años. En esa dirección se inició una nueva era.
Con el nuevo siglo que nacía en Colombia entre la guerra y la paz, iba a levantarse la realidad del sueño: el departamento de Nariño.
Narváez Ramirez, G. A. (s.f.). La Guerra De Los Mil Días En El Prenaciente Nariño. En Historia Escencial del Departamento de nariño Tomo 2 (págs. 31-43). Pasto: Guillermo Augusto Narváez Burbano.