Por: José Vicente Cortés Moreno
El monopolio del Partido Conservador en el poder y la imposibilidad de alcanzarlo por la vía pacífica, causa primera
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Causas externas:
Para iniciar el conflicto armado, son las mismas de los liberales de todo Colombia:
1. El monopolio del Partido Conservador en el poder y la imposibilidad de alcanzarlo por la vía pacífica.
2. Razones económicas, por los elevados impuestos en las exportaciones, que perjudicaron a los comerciantes.
3. Después de la guerra civil de 1885, los conservadores llegaron al poder con ayuda de algunos liberales nacionalistas, para hacer trizas la Constitución Liberal de 1863.
Causas internas:
1. Con la constitución de 1863, los liberales de Ipiales obtuvieron su propio feudo político con la creación de la Municipalidad de Obando, vivió una época de libertad y de progreso, hasta cuando la Iglesia, respaldada por un grupo de fanáticos conservadores de Pasto, de los cuales el obispo Canuto Restrepo no solo se había apoderado de su espíritu sino de su cuerpo, hombres que estaban dispuestos a matar o morir por los imaginarios del obispo. En 1872, irrumpieron para querer imponer el oscurantismo colonial, entre los padres de familia que matricularon a sus hijos en las escuelas públicas; primero se desplazaron a Túquerres, derrotaron a las autoridades y defensores del gobierno; luego continuaron a Ipiales; en esta ciudad el jefe de la Municipalidad de Obando, Dr. Avelino Vela del Coral, ordenó el apresamiento del presbítero Ruiz, líder de los revoltosos; sin embargo, los fanáticos pastusos se declararon en guerra no solo contra los estudiantes y padres de familia de la Escuela Normal de Obando sino contra las autoridades de la municipalidad y los persiguieron hasta la vereda de Yaramal, violando a cuatro mujeres, asesinando otra, robando el ganado y los cultivos de pancoger. Los objetos de valor robados en las casas, se los entregaron al obispo Canuto como trofeos de la victoria. El obispo felicitó a los revoltosos y les dijo que esa “raza de víboras debe ser exterminada”. (Este es un parte de Victoria tomado del informe que dio el jefe de los fanáticos Manuel de Guzmán y se encuentra en Popayán. El obispo Canuto Restrepo con sus pastorales siguió persiguiendo a las demás instituciones públicas y privadas que se crearon. Los docentes fueron calificados de francmasones y excomulgados por el obispo. El religioso guerrerista fue expulsado de Pasto por los liberales de esa ciudad).
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2. Las ignominias que el obispo Fray Ezequiel Moreno Díaz decía a los liberales, cada vez que venía en misiones pastorales a Ipiales, 1896. Nuestros bisabuelos y abuelos, como Antonio Tovar y Carlos Tovar Bustos, recordaban a sus hijos que el obispo desde el púlpito “lanzaba afrentas contra el liberalismo, decía ser liberal es pecado, no solo ofende a la iglesia sino a Dios. El liberalismo es anárquico y perjudicial a los mismos pueblos que lo practican. Solo actúan como liberales los hombres que han perdido la fe”. También se atrevió a excomulgar, primero al rector Dr. Rosendo Mora Rosero, luego a los profesores y finalmente a los padres de familia del Colegio San Luis Gonzaga, que terminó trasladándose a Tulcán con el nombre de Técnico Bolívar y hasta esa ciudad fue a perseguirlos.
3. La causa interna más inmediata para protestar contra la Política de Estado del gobierno conservador, está en la provocación de las fuerzas militares del gobierno, que vinieron a inventar a Ipiales, tratando de encerrarlos en cuarentena en sus casas, para que no salieran a protestar en contra del mal gobierno conservador de Miguel Antonio Caro, Carlos Holguín y José Manuel Marroquín.
La guerra Civil de los Mil Días se inició en agosto de 1899, en el departamento de Santander, por iniciativa de las fuerzas liberales. En octubre, desde Pasto se desplazó el veterano General Miguel María de la Villota, heredero de un fanatismo familiar reconocido nacionalmente en la guerra de la Independencia, en Pasto. Este general, estaba acostumbrado a desterrar a los liberales pastusos. El militar, con lista en mano, se presentó el 19 de octubre de 1899 en la sede de sesiones de la asamblea provincial, ubicada en la prefectura de la provincia de Obando. Como se dijo, este veterano de guerra, conocía a los militares liberales ipialeños, desde 1854. En su negra lista les agregó a los políticos liberales.
Leonidas Coral nos cuenta en su libro “La Guerra de los Mil Días en el sur de Colombia”, que siendo estudiante observó: “A las cuatro de la tarde, en presencia de la multitud que para el acontecimiento se hizo presente, se inició el bando de la declaratoria sobre el imperio de la ley marcial en la república. En la tribuna también se encontraba el prefecto de la Provincia de Obando, Justiniano Jaramillo. En su largo discurso, hizo saber de sus triunfos como militar. También hizo saber de buena tinta que a la Provincia de Obando se la había declarado en “estado de sitio”, como al resto de la república, por cuatro descontentos y ambiciosos que buscaban el medro personal al amparo de la revuelta, pretendiendo destruir las más justas y sabias instituciones de la patria y, sobre todo, con la osadía de avasallar las sacrosantas doctrinas de la religión católica. Después de fulminar unas amenazas sobre confiscación de bienes, terminó exigiendo la declaratoria expresa y formal que los presentes no tomarían parte directa ni indirecta en la guerra, para cumplimiento de cuya promesa deberían firmar una Ah-Hoc y que fue leída por el prefecto Jaramillo.
La lista de los firmantes, sería: José Antonio Llorente (abogado, presidente de la asamblea de la provincia de Obando), Tobías Montenegro, Briceño Coral, Nectario y Clélio León, Gabriel Córdoba, Ezequías Patiño, Francisco José Vela del Coral, Medardo Chaves, Apolonio Vallejo, Leónidas Polo D., Plinio Herrera, Salvador Montenegro, José María Burbano, José Antonio Osejo (militares y políticos) y otros hasta completar la lista de sesenta personas”.
Dice Leonidas Coral que “sería imposible pintar la estupefacción de los concurrentes al oír las condiciones y compromisos que contraerían los que firmasen ese pacto infamante que solo renegaba de la doctrina liberal, sino que proscribía y desautorizaba a los liberales levantados en armas”.
Continúa Coral: “El Dr. José Antonio Llorente, conmovido contestó en forma mesurada y elocuente, con un NO rotundo a las condiciones del ominoso compromiso que se le presentaba a su firma. Coral, con los asistentes logró completar el discurso del Dr. Llorente, quien dijo: “Sé del valor y tradicional hidalguía del señor general Villota, tanto que a él y al coronel Clodomiro Rodríguez, les debo mi vida porque supieron impedir que me victimaran en el campo de La Herradura en donde me destrozaron esta pierna; sé también de la sinceridad y lealtad, sé de sus convicciones políticas y tengo la seguridad de que el señor general Villota, en casos semejantes jamás aconsejaría a sus copartidarios una promesa infidente y desleal a sus convicciones, como la que nos quiere arrancar en el acta leída. Yo no puedo ni debo aceptar, aún a costa de mi vida, ni menos aconsejar a mis correligionarios que acepten el compromiso, ni tácito ni expreso de huir del peligro y de abandonar a sus compañeros que se sacrifican en los campos de batalla en defensa de las doctrinas liberales (…) por consiguiente, yo no firmo ni aconsejo a los míos firmar el peligro que acaba de leerse”.
Y agrega: “Estas palabras dichas con energía y convicción profunda arrancaron de los estudiantes que presenciábamos el acto, una salva de aplausos secundados por el pueblo que prorrumpió en aclamaciones y vivas al partido liberal”.
El discurso del Dr. Llorente logró exasperar el espíritu del general que tal vez esperaba otra respuesta; dice Coral que, “el general se salió de sus casillas y se despachó en términos violentos, empezó a amenazar y condenar al liberalismo, además ordenó al prefecto de la provincia de Obando para que de inmediato decrete la prisión de Llorente y de los que se negasen a firmar el acta”.
Acto seguido, los coroneles ipialeños: Tobías F. Montenegro, Clélio León y Ezequías Patiño, respondieron sus discursos en términos más encendidos que fue una declaratoria de guerra, tal que la multitud terminó gritando “a las armas, a los campamentos”.
Al día siguiente, 20 de octubre de 1899, quienes figuraban en la lista escaparon a Tulcán e iniciaron contacto con el presidente ecuatoriano Eloy Alfaro para conseguir recursos y armas; paulatinamente, en los días siguientes, llegaban a Tulcán de todas partes de la provincia de Obando, Túquerres y los exprofesores de la Normal con su ex rector Juan B. Álvarez y sus hermanos Miguel María y Camilo, para unirse a la causa liberal y conformar un ejército; días después se hicieron efectivas las ayudas y el respaldo moral de los que en el resto del país ya estaban en combate.
El 12 enero de 1900, se realizó la primera expedición a tierras colombianas; dos días después, los coroneles José Francisco Vela del Coral y Belisario Ibáñez realizaron una segunda expedición por el cerro de la Paja Blanca. Igualmente, el ejército de Pasto estaba reclutando jóvenes que ya estaban adoctrinados por el obispo Moreno Díaz en los municipios vecinos e igualmente inició la incursión a la provincia de Obando.
El 23 de enero de 1900, a las 5 de la mañana, se inició el primer combate en las haciendas Simacas, Cascajal junto al cerro Colimba, en Guachucal. El segundo combate fue en Ipiales. El tercero fue en Tulcán donde mucho tuvo que ver el obispo de Pasto, Fray Ezequiel Moreno con sus pastorales, en las cuales pedía al ejército conservador de Pasto invadir al Ecuador como Guerra Santa, para perseguir a los ipialeños liberales, en abril de 1900. El general Eliseo Gómez Jurado con jóvenes reclutados en Pupiales y otros distritos parroquiales de Obando, invadió Tulcán por la calle central e iglesia de San Francisco. El cuarto combate fue en Ipiales, barrio Puenes, el 22 de mayo de 1900; este combate lo dirigió el propio Comandante General Dr. Antonio Llorente, con pésimos resultados para las fuerzas liberales.
Sin embargo, no se resignaron a perder la guerra total y abrigaban la esperanza de una ayuda nacional. Esperando socorro en Tulcán, se quedaron Camilo, Miguel María y Juan B. Álvarez, Nectario y Clélio León, José Francisco, Julio, Manuel y César Vela, Julio Bravo, Adolfo Garzón, Clodomiro, Mario y Arquímedes Caldas, José María Caicedo, Tobías Bravo, José María Burbano, Salvador Miranda Castro, Antonio Tovar, Leonidas Coral y otros cuyos nombres no recuerda el joven Leonidas.
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En junio de 1901, llegaron a Quito los generales líderes del liberalismo en Colombia, Benjamín Herrera, Lucas Caballero, Avelino Rosas, Sergio Pérez, Vargas Santos y Díaz Morkun; después de algunos acuerdos con el presidente Eloy Alfaro, para reestablecer las fuerzas liberales del Sur, acordaron nombrar como comandante en jefe de las Fuerzas del sur al veterano general Avelino Rosas, quien en 1861, con un destacamento de 300 indios caucanos había derrotado a las fuerzas conservadoras de Julio Arboleda; además, había acompañado a José Martí en la independencia de Cuba.
Rosas, de inmediato reorganizó el ejército liberal acantonado en Otavalo y Tulcán. Para el reinicio de las acciones bélicas estableció dos puntos para comenzar una campaña segura, uno en Yaramal y otro en Chiles, con el objetivo de avanzar a Pasto por uno de los flancos y el otro para la distracción. El 27 de agosto de 1901, dio orden al comandante Juan B. Álvarez de avanzar por el camino de piedemonte, desde Yaramal hasta Puerres. El 18 de septiembre se realizó el primer combate a medio camino en la población de Males (hoy Córdoba) con resultado favorable a las tropas liberales. Frente a esta pérdida conservadora, el general Gustavo Guerrero, cambió de estrategia y ordenó cubrir la salida de Córdoba a Puerres, custodiando el río Tescual desde su nacimiento hasta su desembocadura con los destacamentos católicos conformados en los municipios.
Último combate en sur. El 20 de septiembre de 1901
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El general Rosas ordenó iniciar las acciones bélicas a sus 700 combatientes efectivos desde las 4 de la mañana, calculando que el batallón Calibío, que venía desde Popayán pagado por el Obispo Ezequiel Moreno, no llegaría antes de las 2 de la tarde. Su hipótesis estaba equivocada: estos llegaron en la madrugada del 20 y de inmediato el general Gustavo Guerrero, alineó 3.900 hombres a lo largo de todo el río Tescual y el resto del personal, 1.100 hombres, a lo largo del río Guáytara, desde San Juan hasta Ipiales, encerrándolos en la Aldea de Males.
De hecho, la superioridad numérica dio resultados favorables a los conservadores y el general Rosas. en la mañana del 20, caía con su pierna destrozada, en la vereda Tescual del distrito parroquial de Puerres; más tarde fue llevado por sus oficiales sin que lo reconocieran hasta la plaza principal de Puerres. Al anochecer, al darse cuenta de su identidad, los jefes del conservatismo no dudaron en mandarlo a fusilar; un miembro del Batallón Calibío, apodado Calzón, quien no lo conocía, disparó sobre su humanidad. Los triunfalistas se burlaron arrastrando su cadáver toda la noche, imaginando que estaban frente al demonio, como los había adoctrinado el obispo Moreno Díaz. Los demás combatientes al enterarse de su lesión empezaron a verse perdidos y huyeron por la montaña hasta el Carmelo, Huaca y Tulcán.
Al día siguiente, 21 de septiembre, el cuerpo del General Rosas fue reclamado por el patricio liberal Avelino Vela del Coral y velado en su casa. Sus restos se enterraron en el cementerio central de Ipiales y años más tarde fueron trasladados a su pueblo natal; hoy, este municipio se llama Rosas, en su nombre, en el departamento del Cauca.
Los oficiales ipialeños que terminaron esta guerra y luego se resguardaron en el exilio por algún tiempo fueron: Camilo, Miguel María y Juan B. Álvarez, Nectario y Clélio León, José Francisco, Julio, Manuel y César Vela, Julio Bravo, Adolfo Garzón, Clodomiro, Mario y Arquímedes Caldas, José María Caicedo, Tobías Bravo, José María Burbano, Salvador Miranda Castro, Antonio Tovar, Leonidas Coral, entre otros.
Consecuencias de la Guerra en Ipiales
Personalmente, desde 1967, en Ipiales, no conozco algún liberal radical, cuya masonería sea fuente ideológica del liberalismo; en cambio, doy fe que los alcaldes liberales terminaron sus campañas en el santuario de Las Lajas o en la iglesia de los Padres del Oratorio de San Felipe Neri.
Los políticos y militares ipialeños, que estuvieron en la guerra, no solo perdieron su feudo de la provincia obandeña sino todo el poder político regional; tan solo cuando el partido liberal triunfó en 1930 a nivel nacional, surgieron algunos herederos, más bien como logro personal o académico y no como herencia de feudos; por ejemplo, Miguel Ángel Álvarez Belalcázar (hijo de Miguel María Álvarez) fue gobernador de Nariño en 1933-35; Manuel María Montenegro (nieto de Tobías Montenegro) fue senador; Francisco Vela Herrera (nieto de José Francisco Vela) fue secretario de Educación y de gobierno de Nariño a finales de los años 60; los nietos y bisnieto de Avelino Vela del Coral, como Ernesto Vela Angulo fue Senador; Antonio Vela Angulo, fue gobernador de Nariño en 1985; Darío Vela de los Ríos, fue alcalde por elección popular.
El estudiante Leonidas Coral, que estuvo presente desde el primero hasta el último día de la guerra, escribió esa historia en detalle, cuando era rector del colegio Sucre. En 1930, alcanzó a ver el fruto de su lucha, cuando al poder nuevamente llegaron los liberales, con los presidentes Enrique Olaya Herrera, Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo; lo que no pudo imaginarse, es que casi cien años después, en 1990 y 1991, los estudiantes de nuestro país con marchas del silencio y sin derramar una sola gota de sangre empujarían una Constitución completamente liberal, multipartidista, multiétnica, multicultural, basada en los derechos humanos y la “soberanía del pueblo”, que tanto la negó el obispo Moreno Díaz. Desde luego, los gobernantes conservadores no la quieren aplicar, ambicionando volver a los derechos divinos y la represión popular de 1886, donde la libertad anhelada por los libertadores, no existe.
En renglones finales de su historia, Coral nos da a entender que “su lucha no fue antirreligiosa, sino por la justicia social, por la supresión de privilegios al amparo de la soberanía nacional, por el ascenso de los jóvenes capacitados y no los privilegiados de clases sociales, por las reformas de la educación, la cultura y la economía en los cuales gira el bienestar humano”.
Por el contrario, el obispo Fray Ezequiel Moreno a pesar de la oposición del Papa y el Arzobispo de Bogotá Bernardo Herrera, se empeñó en emprender la lucha partidista como una Cruzada Religiosa, una Guerra Santa en contra del liberalismo, que solo pretendía la restauración de las libertades perdidas durante el gobierno de la regeneración. El obispo engañó a sus feligreses obligándolos a tomar las armas en contra de un enemigo imaginario que solo estaba en su cerebro; el liberalismo, para él, era sinónimo de agnosticismo, ateísmo, masonería, herejía y socialismo.
La tan anhelada y sufrida libertad, para los ipialeños que estuvieron en los campos de batalla, resultó una loca fantasía que quebró el cantarillo de esperanzas; los que no murieron, la misma libertad los estranguló con sus propias manos; todavía a mitad del siglo XX, los dos colegios privados que trajo a Ipiales al iniciar el siglo Moreno Díaz, se oponían a las enseñanzas de los dos únicos colegios del estado.