Por: Álvaro Torres.
Hacia 1980 me encontré con Justino Revelo en un pasillo de la Universidad Mariana de Pasto y le comenté: “Murió el padre Gelves”. Se conmovió y sin más me dijo: “Ese cura me sacó a mí del monte”. Los eudistas, que por los años de 1940 dirigían el seminario, pasaban sus vacaciones recorriendo parroquias de Nariño, despertando vocaciones. El propio padre Gelves, rector del seminario, llegó a Puerres (Nariño), visitó la familia de Justino Ernesto y lo encaminó al seminario diocesano. Tenía 13 años (había nacido el 2 de julio de 1927), ya había hecho un tiempo de secundaria en Túquerres, y era el hijo mayor del hogar formado por Alfonso Revelo Benavides y Melania Obando Arteaga. Otros seis hijos conformaban la familia.
El seminario menor de Pasto
Llegó al seminario menor el primero de octubre de 1940. Un grupo de 25 alumnos conformábamos aquel curso. Se distinguía por su porte atlético, a pesar de su edad, y por su cabello candelo y rebelde. A lo largo del seminario se mostró especialmente dotado para la música y para el teatro. De manera memorable desempeñó el papel de hombre fuerte y duro ante la timidez de un personaje, en una pieza cómica del repertorio de entonces, bajo la dirección de los padres Hernando Moreno y Leopoldo Peláez.
Quizás para muchos fue una sorpresa verlo partir, a mediados del quinto año, en el mes de enero, hacia el juniorato de San José de Miranda. Después de nueve años de superiorato en Pasto, el padre Gelves había sido trasladado allí y con él se fueron Justino Revelo y Eduardo Fajardo. Había nacido su vocación de eudista. Más tarde confesará que lo había conquistado “la grandeza de la misión eudista”. Antes de despedirse me dijo: “¿Será que nos vemos en Usaquén?”
Cursó el 6º de seminario menor en el mismo juniorato de Miranda. Bajo la guía del padre León Bosseau, director de la probación, hizo en 1946 lo que entonces se conocía como el noviciado. Éramos siete novicios, seis de los cuales, no todos en la Congregación, llegaríamos a la ordenación presbiteral. Todo pasó de forma memorable, entre el estudio de la ascética, las conferencias del padre Maestro sobre la espiritualidad eudista, las charlas que dábamos los novicios sobre la vida de san Juan Eudes, siguiendo la biografía escrita por el P. Boulay, los trabajos manuales, la lectura, en francés, de las obras completas de san Juan Eudes, la liturgia y la oración, especialmente la meditación en la mañana y en la tarde.
El juicio que al terminar el noviciado emitió sobre él el padre Maestro fue positivo: “Buena salud, criterio recto, piedad seria, buen espíritu, alegre, algo orgulloso y por consiguiente susceptible…”.Se inició en la filosofía bajo la conducción académica del inolvidable padre Bernardo Hurtado, superior de Valmaría. Al terminar los tres años del curso filosófico y próximo a cumplir sus cuatro años de probación, hizo, en octubre 11 de 1949, su petición de incorporación: “Desde los primeros años de mi seminario menor de Pasto, he admirado, en la vida del eudista, la grandeza de la misión y la generosidad de su renunciamiento. Por esto, deseoso de formar parte de esta santa Congregación, espontánea y libremente, la he elegido y la elijo ahora para servir en ella a Cristo y a su Iglesia todos los días de mi vida…”.
Su petición fue aceptada por unanimidad tanto en la comunidad de Valmaría como en el Consejo provincial y en el Consejo general. El consejo local lo evaluaba así: “Este hermano escolástico es un buen elemento. Trabajador, serio, franco, de sentimientos nobles. Se le reprocha su carácter un tanto independiente y rudo”. Esta rudeza de carácter le traerá en la vida más de un sinsabor.
Dos años de experiencia pastoral
Al terminar el ciclo filosófico y como era costumbre para la mayoría de los estudiantes, fue enviado a un año de magisterio. Se le asignó al juniorato de San José de Miranda. Allí pronunció el 8 de febrero de 1950, el mismo día en que completaba sus cuatro años de probación, el acto de incorporación. Al terminar su experiencia de aquel año, vino su primera prueba: la comunidad juzgó que su paso por el seminario tenía puntos que debían mejorarse. El consejo provincial de entonces, presidido por el P. Germán Villa, le pidió hacer un segundo año de experiencia, antes de ingresar a la teología. Pasó así al seminario menor de Ocaña. Dolorido pero obediente, aceptó la prueba y la superó. La comunidad de Ocaña emitió sobre él un informe positivo.
Años de teología.
En 1952 regresó a Valmaría para iniciar sus estudios de teología. Todo transcurrió normalmente. Hizo sus peticiones de tonsura y órdenes menores, como se llamaban entonces los ministerios, y fue aceptado. Al llegar al subdiaconado, un incidente por demás enojoso hizo que fuera aplazado. Pasó en el segundo semestre de 1954 al juniorato de San Pedro. En octubre hizo de nuevo su petición para el subdiaconado y, al comprobar superadas sus fallas, fue admitido por unanimidad en todas las instancias. Al comenzar el año de 1955 fue enviado al seminario de Cartagena. Antes de salir para esa ciudad, y ya recibidas las órdenes mayores de subdiaconado y diaconado, hizo ante la comunidad su petición de presbiterado: “Humildemente hago la petición de ser llamado, a pesar de mi indignidad, a recibir el sagrado orden del presbiterado”. El 6 de marzo de 1955, en la catedral de Cartagena, fue ungido presbítero por el ministerio del entonces arzobispo, Ignacio López Umaña.
Los ejercicios de los seminarios
Luego de un corto tiempo de servicio en el seminario de Maracaibo, en Venezuela, llega al seminario de Cali. Pasará allí seis años, cuatro de ellos como ecónomo del seminario. Amante de la música, con dotes naturales y con aprendizaje muy empírico al lado de notables profesores de canto, eudistas, se entregará con pasión al montaje de una coral que va a ser conocida en el país. Tuvo la audacia de traer este coro del seminario de Cali a Bogotá, para presentarse, con señalado éxito, en la televisión colombiana. Fue la época de las grandes misas polifónicas de Perossi y otros, en la catedral; de presentaciones en los teatros, para ejecutar, a cuatro voces mixtas, piezas como el Stienka Rasin, Los doce cascabeles, la Acuarela porteña -de un antiguo eudista, Félix Miranda- el Alma llanera, y muchos otros.
Aprovechó su estadía en Cali para seguir cursos de armonía y composición musical en el Conservatorio Antonio María Valencia de aquella ciudad. Un acontecimiento de familia, que incidirá poderosamente en decisiones posteriores, vino a golpear su hogar. Luego de varios años de enfermedad muy dolorosa, murió su papá, Alfonso Revelo, en 1960. Su casa se vio desprotegida, apenas sostenida por el trabajo de una de sus jóvenes hermanas. Recibió durante todo ese tiempo el apoyo de la comunidad. Esto hizo que, a pesar de su natural preocupación, mantuviera el ritmo de servicio en los seminarios.
Pasó, en 1962, a su antiguo seminario de Pasto. Era volver al terruño, a la cultura nariñense. Se desempeñó allí dos años como prefecto del seminario menor y como primer asistente de la comunidad. Siguió su incansable dedicación a la música, sobre todo coral. Volvió luego al seminario de Cali, en 1964, esta vez como prefecto del seminario menor.
En Bélgica
Había soñado mucho tiempo con realizar estudios especializados. Le atraía el Derecho canónico. Sin embargo, dada su capacidad para la música, se le pidió hacer unos cursos de Liturgia y Pastoral, en la abadía benedictina de Brujas, en Bélgica. Estaba cerca de Lovaina, donde podría seguir igualmente algunos estudios, como efectivamente lo hizo en pastoral familiar. En Brujas conoció profesores de la talla de Jacques Dupont, en Biblia, y de Dom Thierry Maertens, en liturgia. Tuvo oportunidad de hacer un paso por Roma ya en los tiempos de la clausura del Concilio Vaticano II.
De nuevo en Cali y Pasto
En octubre de 1966 regresa al seminario de Cali, como director espiritual del mayor. Se presentaron los primeros roces en materia de enseñanza. Quizás todo debe explicarse, de parte y parte, dentro del clima de propuestas, no maduras aún, en los campos de la liturgia y de la teología, nacidas a raíz del Concilio Vaticano II. Hoy, a más de treinta años de distancia, podemos ver los hechos con mayor serenidad y claridad. De todos modos, se precipitó su salida de Cali y a principios de 1967 regresa al seminario de Pasto.
Volvió a los oficios corrientes de vigilante de dormitorio y de profesor de latín en primer año. La situación familiar, que tanto le preocupaba, lo fue llevando a decisiones paulatinas que lo alejarán de la comunidad. Era el hermano mayor y se inquietaba por el estudio y la preparación de sus hermanos y hermanas, algunos todavía muy jóvenes. Propuso y ensayó algunas soluciones. Sin dejar el compromiso del seminario, se le permitiera dar clases en colegios de la ciudad para atender a los gastos familiares. Así se fue abriendo campo en el dominio de la enseñanza, primero en colegios como Libertad, San Felipe Neri, las Betlehemitas, para finalmente desembocar en la Universidad de Nariño, entidad de carácter estatal. Lo comunicó en forma detallada al superior provincial en 1967.
Hasta ese momento había sostenido una correspondencia, confiada y sincera, con sus superiores provinciales, en especial el padre Bernardo Hurtado. Le había dado su punto de vista sobre los asuntos generadores de conflicto en las comunidades y seminarios donde había estado. Se había mostrado siempre dispuesto a aceptar cualquier obediencia en cualquier sitio. Su última carta al padre provincial está fechada en octubre 13 de 1967. A partir de 1969 se aleja de la comunidad y pasa a residir con su familia: su mamá y sus hermanos y hermanas, en la ciudad de Pasto. Los superiores provinciales insistieron en lograr de él algún diálogo. Pero sus comunicaciones no tuvieron respuesta.
Justino se encerró en un silencio total ante la administración provincial. ¿Qué lo llevó a ello? Es difícil decirlo. Los provinciales le ofrecieron concertar relaciones partiendo de sus compromisos universitarios, que juzgaban compatibles con su ministerio y su condición de miembro de la Congregación. Ningún acercamiento se logró. Si rompió toda comunicación “oficial” con la Congregación, mantuvo un acercamiento cordial de tipo personal. De vez en cuando iba al seminario y compartía toda una tarde y parte de la noche con la comunidad. En ciertos momentos, se diría de nostalgia, buscaba cobijo en alguna casa como Santa Mónica en Cali e incluso en San Miguel de Medellín, cuando se encontraba de paso por esos lugares.
La Universidad de Nariño
Como había sido su ilusión, se vinculó pronto a la Universidad de Nariño como profesor de lenguas clásicas. Ya en marzo 24 de 1970, la prensa de Bogotá publicó que había sido designado como decano de la facultad de Ciencias de la Educación en esa institución universitaria. Más tarde fue jefe del departamento de humanidades. Su punto culminante, en su carrera de docencia, se dio cuando fue llamado a desempeñar el cargo de Rector de la Universidad. Ejerciendo esa función, y cumplidos 26 años de servicio en esa institución, salió de la planta de la universidad por decisión propia. La Universidad de Nariño fue durante este tiempo lo más preciado para Justino Ernesto. No sólo fue el maestro y el amigo, sino también consejero. Ejerció provechosa influencia de carácter espiritual en muchos alumnos. Sintió que así realizaba, al menos en parte, su ministerio sacerdotal. Además aprovechó el espacio universitario para realizar una carrera de Derecho y Ciencias políticas.
Obtuvo el correspondiente título de abogado. Su vinculación al dominio universitario le permitió ser miembro de ASCUN y del ICFES. Además, vinculado a la sociedad nariñense, fue elegido presidente del Club de Leones de Pasto. Por iniciativa propia, lanzó la Fundación Panamericana de la ciudad de Pasto, entidad encaminada a la realización de estudios superiores. Fue fundador y director ejecutivo de esa institución. Sin olvidar ni descuidar su afición a la música, fundó y dirigió la Asociación Polifónica de Nariño. Colaboró eficazmente además en la fundación Trabajamos por Nariño.
Su familia
En un momento difícil para su mamá y sus hermanos tomó la decisión muy personal de ponerse al frente del hogar. Era el hermano mayor y sintió esa necesidad. Su hermana menor, María Delicia, dice de él que fue “padre, hermano y amigo de todos en la familia”. Tuvo el gozo íntimo de verlos ocupar sitio digno dentro de la sociedad. Cuando en 1977 murió la señora Melania, fue al seminario y me pidió, como favor muy personal, que yo mismo presidiera las exequias de su querida madre. Le dije que lo aceptaba muy de corazón y que esperaba que él concelebrara. Se abstuvo de hacerlo. Muy dolido, permaneció durante toda la ceremonia en pie, junto al féretro.
Sus últimos días
Su salud, que había sido siempre muy buena, se vio minada al final por un cáncer de riñones. Perdió toda función en esos órganos y se vio sometido mucho tiempo al tormento de las diálisis. Sufrió inmensamente en sus postreros días. Lo acompañó en sus últimos momentos como sacerdote el presbítero Luis Alfonso Muñoz. Con él oró la oración sacerdotal del Señor y fue confortado por los últimos sacramentos. Falleció el domingo 14 de febrero de 2000, en su casa de habitación. Sus exequias se celebraron en la catedral de Pasto. Sus amigos y familiares colmaron la espaciosa catedral.
La Congregación estuvo presente, claro está, por los padres del seminario. La coral, Asociación polifónica nariñense, interpretó algunas composiciones de su autoría, como una muy sentida Ave María. El gobierno departamental, la Universidad de Nariño, el municipio de Puerres, las entidades que fundó y consolidó se hicieron presentes con palabras de reconocimiento y merecido elogio. Su recuerdo perdura. Se anunció incluso un concierto en memoria suya, con la ejecución del repertorio de canciones que compuso a lo largo de la vida. Si él tuvo la dolida impresión de que los eudistas lo habían separado de sus filas, la Congregación lo consideró siempre como uno de los suyos. Descanse en paz.
Fuente: http://www.provinciaeudistadecolombia.org/portal/?pg=noticia&id=873
Pbro. Justino Ernesto Revelo Obando
Este preclaro sacerdote de la Comunidad de San Juan Eudes, de inteligencia vivaz y cultivada, de carácter altivo y señorial, que ha logrado a base de estudio imponerse y acercarse al pedestal de la fama como docente y ejecutivo universitario y constituirse, además, en depositario de la mayor tradición cultural del nativo suelo, es el mayor de siete hermanos, profesionales de la educación y la jurisprudencia, del hogar formado por el señor Alfonso Revelo y señora Melania Obando de Revelo, ya fallecidos. Nació el 2 de julio de 1927 y creció en un ambiente intelectual de selección, oyendo las conversaciones y enseñanzas de primaria de su abuelo JUAN E. REVELO y de otros puerreños cultos que orientaron convenientemente la infancia de este ilustre valor de las letras nariñenses.
Para mí me es difícil en sumo grado escribir sobre él, porque este personaje humanístico ha desarrollado labor apostólica en campos vedados para profanos y que sólo plumas de la talla del Maestro Ignacio Rodríguez Guerrero, su amigo confidente de muchos años, pudieron exaltar su vida y obra en el campo de las bellas artes.
Sus estudios primarios los realizó en su tierra natal, secundarios en el Colegio San Luis Gonzaga de Túquerres y en los Seminarios de Pasto y Juan José Miranda, Santander. Los estudios de filosofía y teología los llevó a cabo en Bogotá, habiéndose recibido de Pbro, en la ciudad de Cartagena de manos de Monseñor Ignacio López Umaña, Arzobispo de aquella Arquidiócesis el 6 de marzo de 1955.
Asi mismo se especializó en Sociología Pastoral durante dos años en Bélgica; durante cuatro años hizo estudios intensivos de Armonía y Composición Musical en el Conservatorio “Antonio María Valencia” de Cali, terminando finalmente sus estudios de Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de Nariño.
Ha sido profesor en los seminarios Mayores de Cartagena, Maracaibo, Cali y Pasto; profesor de Carrera en la Universidad de Nariño desde 1968; Jefe de Departamento de Humanidades y Filosofía, Decano de la Facultad de Educación y Miembro del Comité del ICFES de la misma Universidad; fundador de la Licenciatura de Sociales y de la Asociación de Profesores de la Universidad de Nariño “Aprun”. Creador y Director de la Asociación Polifónica Nariñense, agrupación integrada por cincuenta profesionales de las diferentes modalidades, logrando alcanzar grandes triunfos en Conciertos Nacionales e Internacionales, como en Pasto, Cali, Ibagué y Quito.
Entre las muchas obras didácticas y científicas de que es autor, se destacan: Disección de la Universidad de Nariño; Hécaton Rixai, Estudios de Filología Greco-Castellana, Mapa Dialectal del Departamento de Nariño y 84 obras de Música Clásica y Folclórica.
Y cuando se quiera hablar de cultura en el rico solar geográfico de Puerres y de Nariño, habrá que referirse forzosamente al Pbro. JUSTINO ERNESTO REVELO OBANDO que, además de los méritos y atributos indicados, figura como uno de los más notables políglotas del surcolombiano, pues domina y habla fácilmente el inglés, el francés, el italiano, el latín, el griego y el hebreo.
Revelo, O. (1986). Pbro. Justino Ernesto Revelo Obando. En Vocación de un pueblo (pág. 27). Bogotá: Auge Impresores.